Esta historia dio comienzo hace veintisiete años, a los pocos días de nacer, mi madre me hizo un hermoso regalo: me inscribió como nuevo hermano de San Juan Bautista; desde entonces me hice cascabelero.
Todos los veinticuatro de Junio me vestía de cascabelero y acompañábamos al Patrón por todo su recorrido. Recuerdo de aquellos días, la alegría de mi casa cuando llegaba esa mañana, me despertaban los cohetes y mi madre entraba en el cuarto y me decía: «Venga hijo, levántate que San Juan va a salir y hay que ponerse la ropa». Aquellos años de niño, todo me parecía un juego, el sonar de las cascabeleras en mi casa y chascarreo de los palillos que no paraba de tocarlos en todo el día.
Ya alcanzaba la adolescencia tuve el privilegio de pertenecer al Coro Infantil de Cascabelero y sentir por primera vez la danza en procesión de cara al Santo Patrón. Esos años que bailé en el Coro Infantil me marcaron y alumbraron el camino de lo que representa para mí San Juan Bautista, el camino a seguir.
Como anécdota de aquellos años tengo una profundamente grabada; bailando Vegacha abajo, llorando a «lágrima viva», se me acercó un cascabelero de los antiguos y me dijo: «¡pero chiquillo! No llores, a San Juan hay que bailarle alegre y sonriente, porque así quiere vernos Él».
Transcurridos esos años de cascabelero, mis veinticuatro de junio fueron totalmente diferentes, no me perdía ningún año La Alborá; aquellas Alborás las recuerdo de forma muy especial, Francisco Jesús «Serrano» y yo éramos los únicos chiquillos que asistíamos a ellas, pues por aquellos entonces era privilegio de unos pocos del pueblo, pero como a los dos nos gustaba tanto, nos escondíamos en el transformador que está enfrente de la casa del «Goma» y allí esperábamos hasta que salía con el tambor y la flauta, dispuesto a cumplir con el rito y, a continuación, le seguíamos hasta que empezaba a tocar en las casas y nos juntábamos con los ocho o diez que iban no pudiendo despistarnos.
Aquellos años los recuerdo con abundante nostalgia y sentimiento (años ochenta); a mi modesto entender, esa década supuso un aumento importantísimo del sentimiento de Alosno hacia San Juan en lo referente a la fiesta en su conjunto.
No podemos olvidar el auge de La Alborá, por cierto muy discutido, ya que pasa de ser una celebración privada a una pública, yo pienso que todo alosnero tiene derecho a conocer sus tradiciones, aunque eso sí, siempre respetando cada acto y su proceso.
Qué podemos decir de la procesión; hace unas pocas décadas, había que reclamar la presencia de hombres para procesionar al Patrón, hoy habrá que hacer un paso como «los tronos de la Semana Santa de Málaga» para que pudiésemos caber todos.
Yo llamaría a este cambio, el despertar solidario de los alosneros y alosneras. La mañana de San Juan en su conjunto pasa de ser el disfrute y gozo de unos pocos a la participación plena de todo un pueblo.
Los jóvenes y no tan jóvenes esperamos impacientes en el porche de la Iglesia que el cura abra la puerta para alzarlo a lo más alto los más afortunados ya tienen en sus casas la ropa de cascabelero, «tan preciado vestido», la cual sólo unos pocos elegidos pueden llevarla. Digo unos pocos elegidos porque así lo entiendo yo, mi mayor ilusión como alosnero y cascabelero del Coro Infantil, siempre habría sido poder bailarle a San Juan de mayor. Una vez cumplido el Servicio Militar (1990) toda mi «ambición» giraba en torno al sorteo de la ropa; pero el destino o mejor dicho un accidente me privó de tal deseo y encima fue el primer año que no vi a mi San Juan por las calles de mi pueblo, nunca podré olvidar la mañana del veintitrés de junio de 1991, serían las doce treinta del mediodía, en la habitación del hospital contigua a la mía se hallaba otro cascabelero, «el Cano» esa misma mañana consiguió un permiso para poder venir a San Juan. Entró en mi habitación y me dijo «me voy pa el pueblo que mañana es San Juan lo más bonito del mundo entero», sus ojos, humedecidos de alegría, contrastaban con la impotencia y desesperanza de mi rostro, me dio la mano y se despidió de mí.
Bueno, haciendo referencia a lo de elegido, el siguiente año 1992, tenía el doble de ilusión que el anterior porque llegara el día, pero otra vez e destino (un examen el día 24) me volvió a arrebatar tan esperada mañana.
Había dos años desde que terminé el Servicio Militar y todavía no me había podido presentar al sorteo de la ropa, la conclusión que saqué en estos dos años de ausencia, fue que quizás San Juan me había estado probando para ver si era merecedor de representarlo por las calles del pueblo.
Llegó junio del año siguiente (1993), al comienzo del mes de le dije a mi madre: «mamá por qué no me encargas las medidas de cascabelero que tengo el presentimiento de que San Juan me tiene guardada una sorpresa»; mi madre sorprendida contestó: «bueno Julián se las voy a encargar a la Josefa (de los pelos coloraos) que te las vaya haciendo, y así las tienes ya, para cuando te toque la ropa». Recuerdo que ese año disfruté de todos los actos que se hacen en honor de San Juan desde el día 13 de Junio: ensayos del Coro Infantil, el Triduo, el Pino, ensayos en la calle Iglesia… Llegó la noche del sorteo de la ropa, la Hermandad estaba rebosante de gentío, entregué mi papeleta, y me senté al lado de Antonio Ramón y «el Orta», ese año se sorteaban dos ropas porque una de las tres pasaba directamente al hijo de un cascabelero (Ramón «el peseto»). Primero nombraron a Andrés Márquez y a continuación escuché mi nombre. Es muy difícil explicar en un simple papel lo que sentí en ese momento, podría llamarse: alegría, embriaguez, enamoramiento…; podría seguir con calificativos y rellenar toda la revista. Mis primeras palabras fueron una frase en voz alta: «¡Viva San Juan Bautista!».
¡Por fin se habría cumplido mi sueño de pequeño!, poder bailarle a San Juan de mayor.
Los días siguientes se me hicieron eternos, todo el mundo me felicitaba por ser uno de los elegidos, viví esas horas en una nube, en mi mente nadaba una idea fija: San Juan en el porche de la Iglesia, alzado por El Alosno; tambor, cascabeles y palillos al son de la folía, repiques de campanas, algarabía de cohetes y un gentío emocionado, porque San Juan representa la identidad de un pueblo.
Al comenzar este relato hice una breve reseña de cómo yo exteriorizaba mis sentimientos, cuando bailaba de niño en la procesión (tristeza y lágrimas), ahora comprendo lo que aquel viejo cascabelero me dijo: «A San Juan Bautista hay que bailarle alegre, contento, gritando vivas». Os puedo asegurar que es tal la alegría que te envuelve, que contagias a tus compañeros, formando una especie de piña joven y madura a la vez. Para mí, estas cuatro mañanas que he tenido la suerte de bailarte, han sido las horas más bonitas y sinceras de mi vida, por eso quiero darte las gracias San Juan, por haberme elegido, por brindarme tu vestido y por sentirte tan cerca. Este, mi último año como cascabelero quisiera hacer un hueco en mi mente para dedicarle mi danza a una persona que te acompaña en el cielo: mi abuela Manuela, y a las personas que más quiero, mi madre, toda la familia y a mi novia, la cual espero que algún día me dé un hijo cascabelero.
¡Viva San Juan Butista!
Julián Macías Marín