Se sabía de memoria todos los rincones de la casa ya que el gato siempre andaba al acecho, el «doblao» era el escondite perfecto y allí pasaban largos ratos jugando y hablando el uno con el otro.

La siesta tendido en la estera y el mochuelo recostado junto al niño era uno de los momentos más bonito del día. Allí preparaban sus juegos hasta que la noche llegaba.

El día de San Juan estaba cerca y el pueblo vivía los preparativos de la fiesta. El niño contaba al pájaro sus vivencias de otros años y se lamentaba de no poder disfrutar de la noche por no tener edad para andar por la calle – Eran Otros Tiempos -.El mochuelo giñaba uno de su grades ojos como dando a entender que tenía la solución.

Llegaron a un acuerdo; El niño vería las fiestas como siempre, la víspera hasta la hora que se le permitiera y la mañana de San Juan hasta el final. El mochuelo por su parte – como buen ave nocturna -, disfrutaría de la noche y al final cada cual contaría al otro lo que había visto y oído.

La plaza de la Iglesia estaba llena de gente y el niño ensimismado miraba con envidia como los mayores nunca se bajaban de las «bolaoras»  pensaba que cuando tuviese edad tampoco se bajaría.

Junto con los amigos formaron un grupo y contaron las «perras gordas» que cada uno llevaba, había para comprar poco pero era lo de menos, lo principal estaba en el ambiente. El tamboril anunciaba el ensayo y todos corrieron para coger sitio. Qué bonito era todo aquello, cuanta gente de un lado para otro, cuantos viajes daba el camarero del casino.

Mentalmente iba tomando nota para contarle a su amigo, los cascabeleros, el baile alrededor del pino, guitarras y fandangos, pero la noche avanzaba y tenía que marcharse, la cena estaría preparada.

Se acostó muy pronto pensando que amaneciera antes que ningún día. Mientras el mochuelo había iniciado su gira particular y de tejado en tejado, bajo el manto de un cielo limpio y lleno de estrellas, iba recogiendo sensaciones desconocidas pero maravillosas al mismo tiempo

Desde un saliente miraba sin perderse detalles todo lo que acontecía allí abajo, luego voló alrededor de la Iglesia, que aquella noche desprendía algo diferente, casi mágico y vio en la madrugada como un grupo de hombres, en silencio, acompañaban al tamborilero y se paraban en muchos sitios y daban vivas a ¡San Juan Bautista!, entraban en las casa y después volvían a hacer lo mismo en otra, así hasta el amanecer.

Había vivido «La Alborá»y el sol anunciaba que tendría que recogerse, – que pena dejar todo esto -, pensaba, pero un trato es un trato.

Los pasos alegres de los cascabeleros por la calle habían despertado al niño, se vistió con sus mejores ropas y corrió hacia el paseo, allí todo era alegría. La puerta de la Iglesia esperaba impaciente ser abierta para dar paso al San Juan Bautista, que con solo aparecer por ella, daría lugar al más bello momento que soñarse pueda.

Los cascabeleros elevan sus brazos al cielo y danzaban erguidos poseídos de una extraña fuerza que sólo ellos saben dónde se esconde. La procesión va recorriendo las calles y va llenando de alegría todos los hogares Alosneros, el niño sigue soñando, salta, corre, se adelanta entre las gentes, ve a San Juan cara a cara, le habla, le reza, luego se va al Templo, quiere estar muy cerca cuando entre de nuevo, cuando los brazos de los costaleros no parezcan brazos sino alas  de ángeles llevando a San Juan lo más alto posible hasta depositarlo muy cerca del altar.

Comenzó la Misa y un coro de voces lleva hasta el cielo oraciones hechas fandangos, los hombres se adelantan para la apoteosis final y el niño mientras tanto piensa como contaría tantas emociones, – que difícil iba a ser -. De pronto, ocurrió algo inesperado, el niño vio moverse algo a sus espaldas, escucho un «siseo»  y sintió como sobre su hombro se posaba su amigo el mochuelo. Le conto al oído que, después de «La Alborá», entró en la Iglesia y allí estaba desde entonces.

Sabía que no podía perderse todo lo que estaba ocurriendo.

Sabía que era muy difícil contarlo

Sabía que no se puede contar con palabras

Ahora sabe que hay que vivirlo

Guiñó uno de su grandes ojos y de un «voletío» se encaramo a lo más alto. El niño dibujo un beso en su aire que se mezclo con un…

¡Viva San Juan Bautista!

                                                                                                              Juan Mateo Jiménez Infante