En el ejercicio de la identidad, personas y grupos pueden transmitir mediante símbolos sus vínculos de pertenencia a determinados colectivos territorialmente definidos. En Alosno, «ser cascabelero» implica connotaciones simbólicas referentes a «ser alosnero». Ahora bien, las implicaciones son recíprocas, es decir, cualquier alosnero ha podido ser o puede llegar a ser cascabelero en alguna ocasión. Como veremos, los dos conceptos se vinculan e interactúan mutuamente.

  En su totalidad, los cascabeleros componen un conjunto integrado de hombres que configuran una unidad, un grupo, cuyos integrantes se renuevan en parte cada año. Existe un único grupo de danza compuesto por diecinueve hombres adultos (antes eran quince y diecisiete). También se ha formado un grupo infantil de unos quince niños con edades escolares que participan en algunos actos y acompañan a los adultos durante la procesión. Son cuantiosas las demandas y peticiones para ser cascabelero, tanto que exceden con mucho el número establecido de danzantes.
Por otro lado, el acceso a un puesto de cascabelero está muy reglamentado y regulado según las normas establecidas en los estatutos de la Hermandad de San Juan Bautista.

Únicamente se puede ser cascabelero durante un periodo de cuatro años, por lo que todos los años queda algún puesto vacante, bien porque alguno de los danzadores ha cumplido el tiempo estipulado o bien por otros motivos. Para elegir quien ocupa ese puesto o puestos vacantes, la hermandad realiza un sorteo anual al que ya aludimos. Sólo se sortean los pues tos que quedan libres, cuyo número varía cada año según las circunstancias. Los únicos requisitos para poder participar son: ser mayor de 21 años y menor de 40, y tener 3 años de antigüedad en la hermandad. Tras los cuatro años, los danzadores que se retiran no pueden volver a optar a ser cascabeleros, en todo caso podrán intentar «coger» la bandera, función que también se sortea, pues la porta un hombre vestido de cascabelero. En el discurso alosnero, se suele decir que se «sortea la ropa», resaltando la importancia de la indumentaria.

Salvo las castañuelas y las prendas de uso más personal (camisa, zapatos, pañuelo y medias), el resto de la ropa de los cascabeleros, tanto de los adultos como de los niños, es propiedad de la hermandad. Ella se encarga de su adquisición y conservación, y mantiene guardadas las ropas en la Casa de Hermandad durante los cuatro años de cada permanencia, con la identificación del cascabelero al que pertenece.El primer día que comienzan los ensayos, los cascabeleros se acercan a la casa de hermandad para coger sus ropas, al tiempo que los que se incorporan ese año se probarán algunas de las sobrantes. Al acabar las fiestas, llevan de nuevo las ropas para que sean guardadas.

La indumentaria es el elemento más visible por el que se identifica a los cascabeleros y que a la vez los unifica y distingue. Todos los danzadores, incluso los tamborileros, visten igual, no destacándose ningún elemento distintivo, ni siquiera en el que ejerce de «cabeza» (danzante que actúa de referencia al cambiar e iniciar una mudanza). El único personaje que viste diferente es el maestro de ceremonias, que no danza aunque su función sea importante para una correcta ejecución. No se recuerdan cambios importantes en la indumentaria, que sigue siendo igual que en décadas pasadas. Según la descripción de Antonio Limón Delgado, en referencia al año 1978, la vestimenta mantiene las mismas características que entonces, salvo en la adaptación de algunas prendas a una confección más estandarizada y con géneros modernizados. En la actualidad, la ropa de los cascabeleros incluye:

  • Calzón con pernera hasta media pierna, de color granate con abotonaduras en los lados, caireles llamados «muletillas», y sujeto bajo la rodilla con machos dorados.

  • Camisa estándar de color blanco con botones del mismo color y cuello de pico.

  • Chalequillo de pana o terciopelo simulando la piel de un animal.

  • Faja de color rojo en la cintura.

  • Banda de color rojo al igual que la faja. Lleva una inscripción bordada en amarillo oro con la leyenda: «Viva San Juan Bautista».

  • Pañuelo blanco al cuello anudado por delante y de pico por detrás, donde lleva una inscripción bordada en color rojo con la leyenda: «Viva San Juan Bautista».

  • Medias blancas de algodón caladas y zapatos negros de cordón.

  • «Cascabeleras» o abrazaderas de cuero ajustadas a los tobillos completamente repletas de pequeños cascabeles engarzados.

  • «Palillos» o castañuelas con cintas blancas, rojas y amarillas, que se adornan con madroños y cascabeles.

Para los cascabeleros, el significado de la «ropa» entraña un valor simbólico que excede la simple funcionalidad y lucimiento del danzante. El traje reviste al «alosnero» de «cascabelero»; por ello el hecho de vestirse se ritualiza y adquiere un sentido hierático, habitualmente compartido con la madre o esposa. Asimismo, los alosneros relacionan algunos detalles de la indumentaria con San Juan Bautista, reforzando todavía más las vinculaciones que los identifican con el santo. Por ejemplo, resalta la presencia de los colores blanco y rojo, asociados simbólicamente a esta figura. También se dice que el chalequillo de pana o terciopelo que simula la piel de un animal imita la indumentaria que el santo llevaba en el desierto. Aparte de identificar a los cascabeleros con San Juan —casi insinuando su similitud, la ropa iguala la apariencia de los danzadores, los unifica como colectivo y los distingue del resto de los vecinos, para quedar claramente visible quiénes son ese año los elegidos para danzar a San Juan. Con todo, la «ropa» los hace aún más afines.

Otra cualidad definitoria de la danza de los cascabeleros concierne a la determinación de los géneros. La danza se concibe como una actividad de carácter masculino en la que intervienen únicamente hombres. Según lo cual, a los danzadores y a la danza en sí misma se les atribuyen los tradicionales valores asociados a la masculinidad: virilidad, valor, resistencia, fortaleza, etc. La exclusiva presencia de varones es un rasgo común y compartido con el resto de danzas festivo rituales onubenses, de modo que podemos catalogarlas globalmente como «danzas masculinas».

En Alosno, se aprecia una visible distinción del protagonismo por géneros entre las dos fiestas principales del ciclo festivo anual: mientras que la Fiesta de San Juan está protagonizada por hombres, representados en la figura de los cascabeleros, la Fiesta de las Cruces de Mayo la protagonizan las mujeres. Esta distinción parece estar perfectamente asumida por los propios vecinos que la admiten y afirman. La complementariedad de las dos fiestas y, de las relaciones de género que subyacen en ellas, se confirma por las mutuas exhibiciones de referentes simbólicos de una y otra. Como ya he indicado, en la fiesta de San Juan, la Cruz es objeto de veneración por los propios cascabeleros durante la procesión. Ahora bien, la actuación pública de la mujer se reduce a algunas jóvenes y niñas que visten de «Jueves de Comadre» y llevan los símbolos de San Juan Bautista, pero en general las mujeres quedan siempre en un segundo plano, sobre todo a lo que a la danza se refiere. La mujer, madre y esposa, cumple dos funciones: primero, apoyar con su ayuda a los danzadores, tanto en el cuidado de la indumentaria como asistiéndoles durante las largas horas de procesión (les abanican y ofrecen agua); segundo, trasmitir la tradición, como se comprueba por la práctica de vestir de cascabeleros a los niños pequeños.

La masculinidad de la danza generaliza la imagen de un cascabelero fuerte para resistir la dureza de su ejecución, con cualidades que habitualmente se circunscriben al hombre. El día de San Juan, desde temprano y tras la alborá, los cascabeleros no cesan de danzar en distintas actuaciones (varias veces en coro, más la procesión), que acaban en torno a las tres de la tarde. La danza es continua durante las horas de procesión, en un mes del año, casi finales de junio, de frecuente e intenso calor. La fortaleza de los danzadores se admira tanto o más que las dotes artísticas o habilidad para interpretar sus pasos y mudanzas.

Este mismo día de fiesta, al final de todos los actos y danzas en honor al Santo, los cascabeleros bailan el «Fandango Parao». Su interpretación recalca aún más el carácter de masculinidad asociado a la figura de los cascabeleros. Con un supuesto origen guerrero, existe la convicción de que este baile en pareja representa la lucha entre dos hombres y, según dicen, antiguamente hasta bailaban con navajas. Se utilizara o no algún arma en el pasado, la apariencia guerrera o de lucha inserta el Fandango Parao en la trama metafórica del hombre, bien por la fijación en el rol masculino de la violencia, implícita en todo enfrentamiento físico, bien por la exteriorización de valores como el honor. La guerra, en su sentido amplio, se asocia a los hombres con un valor positivo en tanto el enfrentamiento frontal entre ambos siga unas normas de honor. Según mis observaciones, el Fandango Parao expresa más desafío que hostilidad o ataque. Los dos danzadores se «retan» mutuamente a interpretar complicados pasos que son observados respetuosa y atentamente por cada contrincante. En esta «lucha simulada», no hay vencedores ni vencidos, sino una conciliación que se sella con un fraternal abrazo final. Sería contradictorio que la intervención de los cascabeleros en la fiesta de San Juan acabara de otro modo. Sus abrazos traducen la común unión entre el colectivo de cascabeleros y, dada su impregnación simbólica, entre todo el pueblo de Alosno.

Como elemento corporativo de la fiesta, la danza de los cascabeleros sistematiza la configuración de colectivos y posee implicaciones societarias. Los danzadores conforman un grupo organizado de personas unidas por la común acción de danzar, a la vez que por la común condición de género (todos hombres) y por la edad (adultos entre 21 años y 40 años). Es un colectivo de iguales o afines que en su conjunto se instituyen bajo la definición de «cascabeleros». Aunque no mantienen reuniones cotidianas, se unen para danzar durante los días de ensayo y en la fiesta misma, de manera que es en el ritual festivo cuando el grupo se reestructura y organiza. El carácter grupal de la danza recrea un asociacionismo informal entre los danzadores con una doble dimensión en Alosno: los cascabeleros activos que anualmente actúan y los cascabeleros veteranos, o sea, aquellos que lo han sido alguna vez en su vida.

Por un lado, se reconfigura el grupo de cascabeleros que anualmente danza en la fiesta de San Juan. Hasta 1984, sólo los miembros de determinadas familias —aquellas que consolidaron la devoción a San Juan en Alosno— podían ser cascabeleros y ese derecho se transmitía por sucesión generacional. A estos cascabeleros, al igual que al primitivo grupo de devotos, se les considera cascabeleros de raíz. Es decir, los cascabeleros eran un grupo endógeno, cerrado y hereditario, que se fue formando a partir de los familiares y allegados de los componentes de la primitiva agrupación de devotos (los alosneros anteriormente citados), y que danzaba desde antaño. Ante la demanda de los vecinos por danzar al Santo, se producirán cambios estructurales en la elección de danzadores que van a trasformar sustancialmente el concepto de la danza y del propio ritual festivo. Este importante y trascendental cambio será un reflejo de la misma transformación de la sociedad local, cada vez más igualitaria y con menos contrastes sociales.

El sistema de acceso mediante sorteo, introducido por la Hermandad de San Juan Bautista, desemboca en la reconversión de los cascabeleros en un colectivo cambiante y abierto. Al limitar el número de años en que se puede danzar (únicamente, cuatro), los diecinueve componentes del grupo se renuevan continuamente por el cese de unos y la incorporación de otros. Así, el grupo de cascabeleros se hace cambiante y aumenta la cantidad de alosneros que llegan a serlo. La elección basada en el azar genera, al mismo tiempo, una danza socialmente abierta y accesible a cualquier hombre, con independencia de la condición social y económica.

Por otro lado, cada año aumenta el número de vecinos que han sido cascabeleros y que ya están retirados tras cumplir el periodo activo estipulado. Este número se amplía aún más si incluimos los componentes del grupo infantil establecido desde 1970. Esta segunda dimensión grupal de los cascabeleros conforma un colectivo en apariencia etéreo, pero que se reafirma igualmente cada año por su participación en los ensayos y en «el coro» final. De ahí la señalada importancia de los ensayos, además de por otras cuestiones, como una práctica que congrega al conjunto de alosneros cascabeleros, tanto activos como veteranos e incluso aspirantes.

Pero sin duda, el acontecimiento clave para entender la dimensión integradora de la danza de los cascabeleros es «el coro» final. El día de San Juan Bautista,  los actos festivos en honor al santo acaban con la interpretación de la danza en el interior de la iglesia20, en «coro» e incluyendo todas las mudanzas. Junto con los cascabeleros de ese año, todos los hombres que lo deseen pueden danzar, saliendo espontáneamente, sin previo aviso, lo que provoca una impresionante acumulación de danzadores que se mueven al unísono como cascabeleros. La identidad alosnera se refuerza en esta conjunción ritual, a modo de communitas (Turner 1988: 103), que se manifiesta danzando todos unidos ante el símbolo más representativo del pueblo, San Juan Bautista.

Ser cascabelero se convierte en algo común que identifica a los hombres en Alosno, considerado, además, un prestigio social al que la mayoría pretende acceder. Pero con independencia de lograrlo, todos los hombres que danzan, en los ensayos o en «el coro», hayan sido o no cascabeleros, por imitación y semejanza, se reafirman como parte integrante de la comunidad. La danza hace afines e iguales a los varones alosneros por la común acción de danzar y de ser, haber sido o llegar a ser cascabeleros.

Celeste Jiménez de Madariaga